AMLO ya ganó la presidencia.
Aún hay quienes dudan que existe un porcentaje
importante de la población que todos los días convive con el miedo y el
cansancio de la insuficiencia; que vive en un país de mucho y saborea de él tan
poco; sin embargo, es más difícil olvidar que están también quienes nada parece
dolerles, no tienen qué temer, no sufren la escasez y saborean lo que tiene el
país por ofrecer, incluidas sus leyes e instituciones.
Nunca en la historia ha quedado tan clara la correlación
entre riqueza, ineptitud administrativa y clase gobernante.
Pareciera que el único motivo por el que existen
posiciones de poder es con fin de echar mano de toda la creatividad criminal
posible para enriquecerse y utilizar al resto de la población como algo que con
toda vehemencia es llamado “recurso humano”, tan contabilizable como cualquier
otro material explotable, manufacturable o comercial. Industrias de venta de
órganos, trata de personas o esclavitud son tan comunes que es imposible que
existan sin la aquiescencia y evidente aprovechamiento de quienes ocupan cargos
en la administración pública.
Administración plagada de personajes políticos que se
les confunde todo el tiempo con la corrupción misma, comunican su desprecio a
todo el mundo con la velocidad misma de su pensamiento. Es ya demasiado común
enterarse de éste o aquél funcionario insultando o descarándose con billetes,
con drogas o simplemente durmiendo plácidamente en los palacios que fueron
construidos con tanta sangre a lo largo de dos siglos.
Tal es la realidad programada, ora a las seis de la
mañana, ora a las cuatro de la tarde, es el aderezo que no falta en el desayuno
y comida de millones de mexicanos.
Es muy difícil imaginar un pueblo que vaya hacia delante cuando vive bajo un
bombardeo constante de humillación y desunión. Es un lugar tan común que es
bien pocas veces concientizado, pero que incesantemente es comentado.
AMLO va a ganar por que es lo desconocido.
López Obrador es un ser humano con defectos y
virtudes, un político que ha sobrevivido recurriendo a las bases políticas que
han sido olvidadas por administraciones nonagenarias y así como la humanización
de los funcionarios fue devorada por la caricatura informática de la
corrupción, lo fue también la humanidad de López Obrador, grandes bocados
fueron tomados durante los doce años por gente con un profundo desencanto
electoral.
Doce años es mucho tiempo para guardar un rencor. No
se diga noventa.
Y no solamente es demasiado tiempo, sino que la carga
de ése rencor se hace más pesada por el simple hecho de estar en el pueblo que
aborrece la perpetuidad.
México abraza la muerte. El mexicano abraza la muerte,
a pesar de que bien pocas veces es recordada la Revolución Mexicana como la
primer revolución del S.XX o que el culto a la Santa Muerte tiene su mayor
templo en territorio nacional.
La muerte es la máxima transformadora, la puerta a lo
desconocido, la puerta al cambio; pocas comunidades mexicanas no celebran el
cambio de estación con la muerte de algún animal, con la autoflagelación. Con
el sacrificio de la carne que tiene una implicación mayor y más real, el
sacrificio de la mente, la transformación de la mente. Nunca ha sido gratuito
que la tradición mexicana haya abrazado desde tiempos precolombinos las plantas
mágicas, la transformación siempre empieza con la exploración y siempre culmina
con la muerte.
Todo humano define su realidad con símbolos y el
mexicano percibe el cambio como una parte primordial de la existencia,
primordial para expresarse, para continuar y para vivir. Está en su Escudo
Nacional. Sin desechar no hay crecimiento ni cambio, sin explorar es imposible
saber qué es lo necesario para crecer, sin acercarse a lo desconocido es
imposible conocer lo nuevo.
AMLO representa la posibilidad de crecer, de explorar,
de permitirle morir a viejas formas de gobernar. Así que no importa qué tan
parecido sea el candidato a sus contrincantes, o cuanto haya contribuido él
mismo al sistema, incluso no importa si ataca o no al sistema.
Importa que el sistema lo ataca a él, lo hace
identificable; de pronto AMLO pierde la cara de López Obrador y es visto por
muchos como algo muy parecido a ellos mismos.
Puestos administrativos que bien podrían ser títulos
nobiliarios son ganados las menos de las veces por aptitud y más por amistad o
parentesco, chocan de frente con más de quinientos años de historia y
tradición.
La experiencia nos ha enseñado la diferencia entre
eternidad e infinito, uno por siempre inmutable otro perpetuamente creciente.
El PRI y AMLO representan realidades mitológicas
reales y contrarias. Nada de esto sucede en algún plano metafísico sino en la
avasalladora potencia que es la psique de millones de mexicanos que hoy viven y
sí, también de sus muertos. En la mente subconsciente, tal vez el lugar más
definitorio de la realidad. Y de elecciones.
Comentarios
Publicar un comentario